viernes, 13 de junio de 2008

LLUVIA DE VERANO MUY SUAVE

En ese mismo instante, el sol comenzaba a perder su posición perpendicular, la gente esperaba resguardada en el frescor de sus casas hasta pasada “la hora de la siesta” (la siesta es algo muy particular de cada durmiente, algunos pueden entablar conversación con Morfeo algo más de una o dos horas, y aún más) para salir a tomar el fresco. El verano era y es bastante sofocante en el pueblo de la lluvia suave, que era como los romanos y, después, los árabes denominaron a la villa.

Algún que otro perro cruzaba el campito de fútbol cercano al colegio del pueblo, intentando encontrar alguna sombra o al menos tumbarse en la parcela de las “pajitas” (así era denominada una parcela de algo más de una fanega, que estaba sembrada de cebada, los chavales nos comíamos, a escondidas, los brotes tiernos de cebada; arrancando las cañas o pajitas conseguíamos llegar a la parte tierna de la planta que se desprendía del cepellón de la planta) rodeado de frescor verde.

De repente, con un sonido sordo y lejano, nuestro personaje comenzó a oír el batido de las aspas de un helicóptero; por aquellos eriales no era normal ver pasar aparatos de este tipo. Volaba bajo y a velocidad más bien baja.

- ¿A qué habrá venido este helicóptero? Se preguntó.

La respuesta no se hizo esperar. Del aparato comenzó a caer papeles. Papeles lanzados por la ventanilla, que sería la del acompañante.

Ocurrió lo que suele ocurrir, lo normal en los chavales: recoger todo aquello que es nuevo y curioso. Y con la ventaja de que él estaba solo en el campito de fútbol y no había nadie más que pudiera arrebatarle aquellas ofrendas lanzadas.

Los papeles, en cuestión, eran postales con imágenes un tanto extrañas para que apareciesen en una postal; soporte idóneo para mostrar paisajes, animalitos vestidos, “Recuerdo de tal pueblo”, etc. Las imágenes que aparecían eran una aceitera (con su aceite) de cristal, un sombrero cordobés, una bailadora flamenca (de traje corto) y, si la memoria no falla, un olivar.

Su satisfacción era enorme, ya que pudo recoger gran cantidad de postales y repetidas un “montón”. Lo normal, estaba nervioso de poder acaparar tal cantidad de postales y ponerlas en orden para mostrárselas a su hermana y a su madre.

Revisando las imágenes, su madre miró el reverso de las postales; y en todas ellas aparecía la misma frase: ¡Consuma aceite de oliva!

Podría parecer algo atípico este mensaje en tierras de olivos. Pero tiempo atrás los entendidos en salud pregonaron por todos los medios de comunicación que el aceite de oliva era menos sano para consumo humano que el aceite de girasol.
Nunca se podrá saber si todo ello fue un montaje de marketing. Es lo más probable. Nuestro personaje recordó como en su casa por esas fechas lo normal era consumir el aceite de girasol para las tostadas, ¡con lo insípido que era!

Tampoco se podrá saber si en aquellos años, de los 70, el precio del aceite de oliva pasó por un período de encarecimiento. Podría ser. Y tras retornar a la normalidad, algunos empresarios vieron positivo el publicitarlo de aquella manera.

Desde luego aquella fue una lluvia de verano muy especial y suave. Las gotas podían almacenarse sin mojar la caja.

Las postales, guardadas en la caja metálica del “cacao” de 5 kg, se perdieron tras varios traslados forzados por el cambio de destino de trabajo del padre.
Pasados los años, aún sigue recordando aquella lluvia de postales.

Mientras vivió en el pueblo de la lluvia suave, este hecho no se volvió a repetir.
¡Quién pudiera recuperar alguna de aquellas gotas de lluvia!

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